miércoles, 18 de septiembre de 2013

LA LOBA DE FRANCIA. ALGUNOS PÁRRAFOS

        Cierto que a monseñor de Valois se le había considerado bastante embrollón, dispuesto a resolverlo todo sin reflexionar lo suficiente, y hecho a gobernar más de capricho que prudentemente, pero por haber rodado de corte en corte, de París a España y de España a Nápoles, por haber defendido los intereses del Padre Santo en Toscana, por haber participado en todas las campañas de Flandes, por haber intrigado en busca del trono del Sacro Imperio y haberse sentado durante más de treinta años en el Consejo de cuatro reyes de Francia, poseía la costumbre de plantear los problemas del reino dentro del conjunto de los asuntos de Europa. Y eso lo hacía de manera casi inconsciente.

          "Ved aquí al rey de Francia, soberano señor; no hay ninguno entre vosotros, por pobre que sea, con el que no quisiera cambiar mi suerte". Había escuchado esas frases sin entenderlas. Eso era lo que habían sentido los príncipes de su familia en el momento de la muerte. No podían decir otras palabras, pero los que gozaban de salud no las podían comprender. Todo hombre que muere es el más infeliz del universo.
           Guccio creía haber alcanzado la edad en que uno obra por la razón. Sin embargo, a pesar de la arruga que se le marcaba entre las cejas, seguía siendo el hombre de siempre, la misma mezcla de astucia y candidez, de orgullo y de sueños. Tan cierto es que los años cambian poco nuestro carácter y que no hay edad que nos libre de errores. Los cabellos encanecen más de prisa que nuestras debilidades.
           Si, un celoso, eso era. A pesar de ser regente, todopoderoso, el que daba los empleos, gobernaba al joven rey, vivía conyugalmente con la reina, y ésto ante los ojos de todos los barones, Mortimer seguía celoso. "Pero, ¿está completamente equivocado al serlo?", pensó de pronto Isabel.

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