lunes, 11 de julio de 2011

EL BUFÓN

El bufón en la corte
         Este singular personaje que se mueve por la corte real o bien en las casas señoriales de algunos nobles, debe su nombre a una de sus gracias usuales que consistía en hinchar los carrillos de aire y al recibir un golpe violento, lo dejan escapar con un sonido como de bufido. El origen inmediato está en el trovador que va por los castillos cantando y recitando para amenizar las veladas. Empiezan a proliferar en la Edad Media aunque se dice que Atila ya llevaba uno de ellos. De hecho, han existido en las cortes  no sólo de Europa, sino en el antiguo Egipto, China, Imperio Romano, América Precolombina, África y hasta en Australia. Su papel en la corte era desde luego singular y también, en cierto modo, importante. Oscilaba entre el entretenimiento y el actuar de consejero; se movían en medio de una delgada línea entre lo correcto y lo inconveniente. Ésto era así porque podían decir cosas que nadie más se atrevería a decir en la corte del rey. Está en la naturaleza de los bufones hacer lo que les viene en gana llevados por el humor, sin tener en cuenta las consecuencias; llevando al extremo la broma, podían decir verdades serias. Se ríen del rey y de todos aquellos que están alrededor suyo  haciendo que las cosas pierdan su sentido rígido.
          En esta época existía la noción del "tonto sabio". Se pensaba que todos los bufones y tontos eran casos especiales a quien Dios había tocado con un regalo de locura infantil, o quizás una maldición. En todas las cortes europeas, los enanos eran buscados como bufones. Muchos de ellos gozaban de una inteligencia clara, que supieron utilizar en beneficio propio.
         En la España de los Austrias, aún cuando en menor medida que en otros países, hubo también bufones. En el siglo XVI,  Carlos I  y más tarde su hijo Felipe II, usaron de los servicios de estos personajes. Luego, Felipe III prescindiría de ellos casi por completo, pero Felipe IV volvería a llenar su corte con ellos.
         Los bufones tuvieron una cierta importancia en la corte española del Barroco. Animaban las jornadas de los reyes, bien contando chistes, haciendo gracias, tonterías o interpretando escenas teatrales. Eran funcionarios de la corona y recibían un digno sueldo. Hay sobre ésto algunos apuntes que aparecen en las cuentas reales, como los gastos de viaje cuando acompañaban a algún noble o la compra de vestidos y zapatos de tallas “extrañas”.
         Velázquez, el pintor del rey, los reprodujo en sus cuadros, a pesar de denominarlos "sabandijas de palacio". Eran pintados a menudo junto a perros para dejar patente su escasa estatura. Los vemos en sus cuadros más famosos, las Meninas o La familia de Felipe IV (1656-57). Ejemplo de ello es Mari Bárbola, que era de origen alemán y estaba al servicio de la reina. Recibía muchos regalos y amasó una nada despreciable fortuna. Velázquez la pintó en el cuadro de Las Meninas contrastando su fealdad con la delicadeza de la infanta Margarita María. Al lado de Mari Bárbola, con un pie sobre el mastín “León”, Velázquez, retrató a Nicolasito Pertusato. Más listo que el hambre, también estuvo al servicio de la reina. Intrigante, pero cauto y discreto, logró que ella lo nombrase ayudante de cámara. Desde entonces fue don Nicolás. Se hizo rico dejando como herencia tres casas en Madrid y más de quince mil ducados.
        Diego Acedo Velázquez “El Primo” (1660). Lo de “El Primo” viene por su segundo apellido ya que, con sorna,  todo el mundo preguntaba al pintor si era primo suyo. El Primo, personaje inteligente, prestó servicios en dependencias administrativas. Era mordaz en sus juicios, cualidad que le permitía manifestar opiniones conflictivas estando como bufón amparado en su aspecto.
         Cristóbal Castañeda , “Barbarroja” (1634). Desempeñaba las labores de emisario del cardenal-infante Don Fernando de Austria. Se le conocía por el papel que representaba en la comedia de Khair ad Din, Barbarroja, pirata turco que fue derrotado en la Batalla de Lepanto por don Juan de Austria. Se cuenta que un mal chiste le costó el destierro. Al parecer preguntó un día el rey si había olivas en cierto pueblo. Cristóbal contestó: «señor, ni olivas ni olivares» aludiendo al conde-duque de Olivares. La gracia le costó acabar desterrado en Sevilla.
       El bufón murió como institución de corte sobre el siglo XVI o XVII en China, y en el XVIII temprano, en Europa. La familia de la Reina Madre, el Bowes-Lyón, fué la última familia escocesa que mantuvo a un bufón a jornada completa.

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